LA VERDAD SOBRE
TODAS LAS COSAS HUMANAS… Y NO TANTO
© Daniel Adrián Madeiro
Los ojos se me abrieron a la tarde. Serían las diecisiete o
poco más. Lo sé porque acababa de servirme el té.
Venía de años de no reconocer que las cosas son irremediablemente como son, y
esto más allá de lo evidente que es ese razonamiento. ¿Quién puede negarlo?
Pero tratándose de la conducta humana, me incliné desde mi adolescencia a
pensar (no sé si pensar está bien usado), me sentí impulsado a “creer”, a tener
fe en la bondad, en el amor, en que la esperanza es lo último que se pierde.
El mundo puede mejorar, me decía a mí mismo.
Estaba llevándome un scon a la boca cuando me dijo:
-La gente es una mierda, papá. Cada día
hay menos personas en las cuales confiar. Mirá tu propio caso. Cuando los
necesitás, no están todos a tu lado-.
Y era la verdad. Tenía razón. De lo malo salió a la luz el oscuro fondo del
alma humana.
Porque no fue algo que descubrí en un momento calmo de mi vida. Todo lo contrario.
Fue en una etapa signada por el dolor a la muerte cercana, a perder la
oportunidad de disfrutar el día a día, a mis seres amados, sentir desplomarse
mis humildes proyectos.
Entonces, masticando lentamente el scon, la miré a los ojos para confirmarle
con mi mirada que tenía razón.
Y ella asintió y apoyó su brazo sobre mi espalda.
Los dos nos quedamos mirando la taza de te.
-¿Te parece que vuelva a calentar agua y
ya qué estoy, yo también me tomo un te?- dijo.
-¡Dale!- contesté. –Poné medio litro y un saquito, que alcanza para los dos-
Me levanté y también fui a la cocina para buscar otras galletitas dulces.
Mirando la pared del ventiluz que da a la calle pensé que sería bueno sacar esa
pintura descascarada y darle una lavadita de cara, como se dice.
Ella miró la pared siguiendo mi mirada: -En
cualquier momento se cae un pedazo de revoque en la mesada-.
Yo asentí: -¡Ja, Ja! Por las dudas, llevá
pronto las tasas a la habitación-.
En la televisión comenzaba el horario de algunos noticieros, una creación
humana destinada a recordarnos que las cosas no están bien y que pudieran
empeorar.
Me pregunté muchas veces porqué será que no existen programas destinados a
exaltar buenas noticias, buenas obras, avances de la condición humana y alentar
el trabajo conjunto para una sociedad más equilibrada y feliz.
Si uno se atiene a Chomsky, podría decirse que los medios de comunicación están
interesados en llevar un mensaje a las masas que sea adecuado a los intereses
del poder político imperante.
Si en cambio pensamos en Foucault, podríamos asegurar que la humanidad avanza
lentamente en su desarrollo y eso se hace evidente cuando analizamos la
evolución del concepto de anormalidad, según lo expuesto en sus discursos en el
colegio de Francia entre 1974 y 1975, conocido como Los Anormales.
Y si seguimos distintas corrientes de autores, tendremos tantas explicaciones o
puntos de vista como expositores.
La cuestión es que, cansado de la negatividad de los noticieros (al menos por
estos pagos), decidí escuchar un tema musical. Elegí “Tantas cosas buenas” de
El Mató a un Policía Motorizado y, evidentemente, no logré mejorar mi estado de
ánimo. Y es que la cosa debe ser de adentro hacia afuera.
Poco antes de terminar la canción, murmuró:
-¡Cuánta
tristeza en ese tema! El inicio del video me parece que recrea la Piedad de
Miguel Ángel o el cuadro de Bellini, ¿Sí? -.
-Es verdad –respondí-. Seguro pensaron en la Piedad de Miguel
Angel. El de Bellini no lo tengo, pero lo gugleo-.
Busqué “Bellini La Piedad” y salió la imagen.
-Sí –afirmé-. Pienso que se parece más al cuadro que a la escultura-.
-Estamos de acuerdo. Lástima que sea un
tema tan triste. Pero es la onda de Santiago Motorizado. Me gusta más
escucharlo cantar “No Podrás” de Cristian Castro-.
-A mí me gustaría que cantara “Beso
negro” de Esfinge-.
Sonrió y nos quedamos mirando por la ventana como estaba el mundo abajo.
Los autos iluminaban el asfalto humedecido por una leve llovizna que había
comenzado inesperadamente. Los colectivos dejaban pasajeros que volvían
cansados a casa luego de un día de trabajo. Algunos apuraban el paso
sorprendidos por las diminutas gotas, otros previsores abrían algún paraguas de
mano.
Todo se desarrollaba bajo la intensa luz de la avenida, mientras los locales
esperaban a los compradores de último momento.
Lejos, en el horizonte, con el viejo puente que cruza el río como fondo, se
veía el anuncio de una tormenta por venir.
-Me voy a casa antes que se largue con
todo. Otro día arreglamos y me quedo a comer. Es más, a lo mejor vengo con mi
amorcito-.
-¡Dale! Haceme gastar plata vos. Vengan
cuando quieran-.
Bajamos hasta la entrada del edificio.
-Avisame cuando llegues-.
Desde allí me quedé unos instantes mirando hasta que doblo la esquina.
Llamé el ascensor y durante la subida pensé:
-Qué bueno que tengo fideos, aceite y queso
rallado. ¡Todo resuelto!-.
Aconsejan agregar la sal gruesa al agua cuando rompe el hervor; busqué en
Google el por qué pero no me parece razón suficiente que pudiera modificar de manera contundente o
significativa la cocción.
De todos modos, eché la sal cuando hirvió el agua. Todos hacemos lo que nos
dicen.
Simultáneamente, tiré un tercio de los tagliatelle y leí en el paquete que
demoraban ocho minutos en cocinarse.
Diez minutos después me pareció que aún les faltaba un poquito. Las ofertas son
así.
Con la ayuda de la tapa de la olla volqué el agua sobre la pileta y con los
lentes empañados persistí en la tarea hasta que calculé que ya no quedaba ni una
gota más por derramar.
Por supuesto, sin sacar los fideos del recipiente, les puse un poco de aceite
de oliva, mezclé bien y lo llevé a la mesa junto con la bolsita de queso
rallado.
La sugerencia del cheff estaba en su punto justo.
Saboreaba la maravillosa combinación de la pasta con la oliva y el queso hasta
que un recuerdo me apartó de mi práctica de la atención plena:
-La gente es una mierda, papá. Cada día
hay menos personas en las cuales confiar. Mirá tu propio caso. Cuando los
necesitás, no están todos a tu lado-.
Me entristecí pensando en “mi propio caso” y luego, omitiéndolo me centré en lo
más objetivo:
-La gente es una mierda… Cada día hay
menos personas en las cuales confiar-.
Como ya mencioné al principio, se me abrieron los ojos. Pero mucho más de lo
deseado.
Siempre mantuve en secreto un deseo que, en alguna época, convertí en una
súplica diaria: conocer la verdad y aceptarla por triste que fuera – presagiaba
el resultado.
Bajé el tenedor con el bocado de fideos dejándolo reposar en la olla, cerré los
ojos.
-Ya no quiero
pensar en eso- me dije.
Pero era tarde para lágrimas.
El mundo es así desde su origen, solo evoluciona hacia su inevitable fin.
La cosa es más o menos simple de ver, si se quiere verla.
En apariencia las personas, mujeres y hombres, somos felices con poco, solemos
decir: con lo básico.
Podría concluirse que tener comida, abrigo, un techo, sexo y salud, sería suficiente.
Esto pudiera ser real si fuéramos animales sencillos como la mayoría de
nuestras mascotas, por ejemplo.
Más no es así.
Por favor, tengan presente que estoy simplificando la narración a unas mínimas
enunciaciones sin mayor pretensión que exponer algo de manera sencilla, lejos
de un tratado sociológico.
Un león mata para satisfacer su necesidad de alimento, come, duerme, tiene
sexo, procrea y poco más que ello.
Los animales humanos somos más ambiciosos.
Resulta interesante ver un video en youtube, titulado “Entré al barrio flotante más peligroso del mundo”, en el canal Luisito Comunica. Habla sobre la vida de
los habitantes de la llamada Venecia Africana, el barrio flotante de Makoko en
Nigeria, la isla artificial más poblada del continente africano (entre los
ochenta y cinco mil y doscientos mil habitantes).
Todos viven en casas erigidas sobre pilotes de madera. Desde luego, en condiciones
precarias y con alto grado de contaminación del agua porque los baños, por
ejemplo, tienen inodoros o letrinas que desagotan directamente en el lago, como
la Venecia italiana pero mucho menos romántico.
Tienen luz eléctrica, escuela, comercios y algún lugar de
recreación.
Hasta allí pudiera ser que todos se sintieran relativamente satisfechos con su
existencia.
No obstante, tienen en su hábitat grupos delictivos que realizan vandalismo
dentro de la propia comunidad y también fuera de ella, dirigiéndose a un puente
cercano muy transitado para obstruir la carretera obligando la detención de los
vehículos para robarlos y, en ocasiones, secuestrar a sus ocupantes.
En lo precedente puede verse que las condiciones de vida medianamente
satisfactorias para algunos no son suficientes para otros.
Puede evaluarse, equivocadamente, que la precaria condición social de estos
nigerianos justifica su accionar en busca de una mejora o por rebeldía ante su
sombrío destino.
Sin embargo, se observa en las personas poderosas del planeta - gente a la que
nada les falta – que no dudan en acrecentar sus ganancias, alejadas de toda
evaluación que pudiera derramar un poco de bienestar a sus congéneres
infinitamente menos favorecidos que ellos.
O, ¿por qué no decirlo con todas las letras?: todos podemos ver que la gente
más rica de la tierra no duda en acrecentar su fortuna aún a costa del mal de
muchos. No veo diferencia sustancial con
los vándalos de Makoko.
Quizá - ¡perdonen mi atrevimiento! -, habría que plantearse si la causa
fundamental de la desigualdad social en el mundo, pasa por la voraz ambición de
los poderosos más que por la actitud de los pobres.
Puede que la respuesta, no se reduzca a esa simple conclusión.
El comportamiento de las personas, tanto en lo individual como en lo colectivo,
presenta una complejidad que los avances en la ciencia de la psicología de
masas ha permitido, desde hace casi un siglo ya, desmadejar para su
manipulación.
Un sobrino de Sigmund Freud, el señor Edward Bernays, creador del libro “Propaganda” en 1928, ha resultado ser un
prestigioso y mundialmente reconocido pionero de las relaciones públicas,
habilísimo generador de hábitos tales como la creación del conocido “desayuno
americano”, a pedido de un comerciante que desea incrementar sus ventas de
tocino y también, lamentablemente, de instalar la práctica de fumar en las
mujeres difundiendo mediante la
publicidad con actrices estadounidenses la consigna "Enciende un Lucky y nunca más echarás de menos los dulces que te hacen
engordar".
Pero la cosa no empezó en él. En tal caso fue quien
sistematizó los mecanismos para asegurar su masividad y efectividad.
La lectura de un pregón durante el siglo XIX era una forma de anuncio de
eventos tendiente a movilizar a las masas de alguna localidad para una reunión
próxima igual que lo fueron los manifiestos.
Pero esto desapareció a medida que los avances tecnológicos en las herramientas
de comunicación fue creciendo en volumen y alcance.
Desde Gutemberg en adelante, además de la publicación de La Biblia, cien años
más tarde tuvo nacimiento lo que se llamó “gaceta” que fue un antecesor del periódico,
versando sobre política, noticias, teatros y algunas otras novedades del
momento.
Y así nació, de a poco, la prensa escrita tal como hoy la conocemos y el
periodismo como una actividad para obtener y difundir información diversa:
política, deportiva, cultural, científica, etcétera.
Seguramente, no se tardó mucho en advertir que el manejo de la información
podía ser un muy buen negocio y desde entonces
la difusión de la verdad fue reemplazada (salvo honrosas excepciones)
por las noticias manipuladas al antojo del poder de turno local o mundial, tal
como sentenciara Ryszard Kapuscinski.
La aparición de la radio ganó un espacio fundamental en la tarea de
entretenimiento (distracción) y noticias (adoctrinamiento).
Durante la segunda guerra mundial (incluso antes) millones de alemanes
escuchaban en la radio consignas del partido gobernante y aun los propios
enemigos (una vez invadidos) eran amedrentados por ese medio con la divulgación
de noticias alarmantes en su propio idioma.
Finalmente, la televisión e internet resultaron ser la frutilla del postre, la
maquinaria perfecta del dominio mundial,
monopolizados por pocos dueños.
El ácido gástrico en mi estómago me anuncia el comienzo de un intenso malestar.
No debería haberme dedicado a ver la realidad sin tener piedad de mí mismo.
Mi madre tenía razón cuando, ya hace treinta años o más,
decía que no miraba los noticieros para no amargarse. Sólo miraba programas
cómicos.
Yo guardaba cierto disgusto ante su actitud.
¿Quién dirá dónde está el equilibrio?
El mundo se apagará, tarde o temprano, y sería mejor no pensar en ello.
No tengo el remedio ni me parece que pueda existir.
-La gente es una mierda…-.
“Somos una mierda”
(debo incluirme, no por acción directa en empeorar las cosas sino por omisión).
¿Quién me mandó a leer a Kant?
“¡Es tan cómodo ser menor de edad!. Si tengo un libro que piensa por mí, un
pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi
dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder
pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa
tarea”.
“Si tengo un libro,
un pastor, un médico… que piensan por
mi…”.
Hemos amado la ley del menor esfuerzo desde el inicio de
la humanidad y entregamos el mando a líderes para que se ocupen y nos digan
hacia dónde; pronto comprendieron su poder sobre el resto y acá estamos, sin
salida.
Los ojos se me abrieron a la tarde, hoy a la tarde, para recordarme las
múltiples razones para la tristeza que venía queriendo esquivar.
Un vaso de vino me vendrá bien, me ayudará a dormir
sereno.
Puede que mañana comience a abandonar la costumbre de
pensar en tantas boludeces al pedo.
Daniel Adrián
Madeiro
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